2 de febrero de 2007

quinientos doce


Precipitado así, desplegado y palpable. Casi tieso de azul y pupila. Acá, justo acá, atrás del respaldo, de a saltos afuera comiendo polvo. Bajo el vértice, respirando entrecortado y angosto. Yo escribía entonces a pesar de tener los dedos ampollados de tanto frotarme los ojos y ya nada, el vacío después de tanta cosa irrenunciable, de tanta llaga y tanta pupila cayendo trágica. Ahora con esta maldita manía de almanaques los días se agolpan donde comienza el paladar y caen finitos para atrás, rompiendo las sillas y algunos frascos de mermelada.