Desafiando la ley de gravedad la lámpara colgante erguida e inmutable.
Me sentaba en un rincón o en otro, arriba (abajo) de la biblioteca, en la puerta del pasillo. Siempre fue el mejor paseo, que podía atravesar con mucha menos tortícolis de la esperada.
El mundo era interminable, los domingos a la tarde, en la casa de mi abuelo.