Sabe
licenciado, vengo a usted porque me encomendaron una tarea de lo más
difícil. Vea, tengo que acordarme de los juegos que hacía. Porque
de los que hago no tengo dudas. Pero eso de apelar al pasado, no
sé... A mi me latió a psicoanalítico, asi que vine a que usté
me ayude con eso de relatar.
Me
reclino, acá... ve. Y entonces todo aflora, con un poco de tiempo.
Por
ejemplo, ahora veo el patio enorme de la escuela primaria. Un lujo de
rayuela hecha en el piso. Con menos mística que la de tiza, pero
maravillosamente más pragmática para los minutos previos a la
entrada, el recreo, o los momentos en que la profesora de educación
física discutía las reglas del quemado.
También
fue una ferviente militante del elástico, pero más que nada de la
soga con el cantito de “viuda, casada, soltera, enamorada...”.
Vaya uno a saber qué había de espíritu de parturienta en nosotras
infantes que siempre queríamos llegar a la mayor cantidad de hijos
posibles.
Yo sé
lo que piensa, licenciado. Es una curiosidad que los primeros juegos
hayan sido los acontecidos en la escuela. Y es que vio la importancia
que tiene en la constitución del sujeto la experiencia escolar.
Además,
sabe.. como hija única. Los juegos en casa, eran más meditabundos.
Lo
confieso, en realidad me daba pudor declarar que amaba con absoluta
locura a mis Barbies. Mal que le pesara a mis padres, progres de
clase media. Les hacía unos cortes de pelo hermosos e irreversibles
(fundamentalmente lo segundo). Salvo a la Barbie que cantaba jazz:
Pelirroja, con vestido negro y micrófono. A esa la idolatraba y le
guardaba siempre los mejores papeles.
Ojo,
no crea que me olvido.. en casa también me dedicaba a jugar a ser
maestra, mamá, exploradora (con unos colchones viejos y almohadas),
vendedora en la ventana de la casa de un amigo (eso de ser hija de
una kiosquera). En cambio, en la calle con mi madre jugaba
competencias de no pisar las líneas de las baldosas. Y en los viajes
largos desarrollábamos juegos de adivinación complejísimos (para
mí) acerca de personajes conocidos.
De
todos modos, verá, el mundo se partió en dos cuando en unas
vacaciones en la playa aprendí a jugar a la Sardina Enlatada. Era en
todos los aspectos superador de la corriente y ya harto conocida
“escondida”. Me apasionó el ingenio de apretujarse de a veinte
para que un mísero escondite cuidara a todos los escondidos. Y me
llenaba de adrenalina la búsqueda histérica del lugar que los
convocaba a todos.
Las
vacaciones representaban la posibilidad que en forma anual se me
negaba: jugar en la calle. Niña de departamento, mucho libro, mucho
juego solitario salvo algún amiguito a merendar y taza taza.
Pero
la calle bienhechora permitía todo. No tengo la menor idea de cuales
eran los juegos, porque todo estaba sucediendo sin establecer mayores
reglas.
Ponga
por caso, además, que las experiencias coloniales (no de virreinato,
sino de verano en Buenos Aires) me depararon juegos nocturnos de
búsqueda de tesoros, un breve (y olvidado) aprendizaje de ajedrez,
esos juegos sin nombre para los niños jugadores en los que era
misión hurtar una bandera, y demás propuestas análogas.
Y
déjeme que agregue que de pequeña me convertí en un as de la
generala, el burako, dominó y las damas. No así en el scrabble, que
implicó serios debates familiares acerca del uso o no del
diccionario, y el truco cuyas reglas me resultan inabordables.
Y sabe
que, le confieso, como hija única y de padres progres (léase la
honestidad ante todo), cuando en algún aburridísimo viaje en
colectivo se me daba por jugar al “veo veo” en forma individual,
cada tanto perdía (en contra mío) a propósito, no fuera cosa que
me hiciera trampa a mí misma simpatizante y rival a la vez.
No se
preocupe, nada de desorden de personalidad. Eso lo certificó la otra
licenciada. Para mi está bien hasta acá, le agradezco el espacio.
Me
toca ahora jugar con uno de los nueve gatos, o la perra, o a ser
jardinera en el fondo. Eso si, nunca nunca esas monstruosidades de
reventar bolitas, gestionar una granja o dominar no sé que imperio
digital que no comprendo.
A su
salú, con buen vinito.