29 de mayo de 2011

Había una vez una carta.


Hay de esas veces en las que te recorro, palabras de por medio, y te robo un rato de tu cotidianeidad. De tan lejos, te voy acercando a fuerza de adjetivos y algunos verbos. Hurto parte de tu tiempo, aunque vos no sepas, ni te enteres o te lo preguntes.
Son solo algunas veces, ni siquiera un día entero, algunos minutos del día. Y ni siquiera todos, solo algunos días.
No sé si es el azar que los elige o hay algo que te llama. Un hoja o una esquina, un pedacito de cielo más azul que otros tantos. Algo que te evoca, te invoca, te trae, te arrima.
A veces discuto conmigo. Por todo este trajín que me regalo. A veces no.
Y todo es así de incierto.
Una carta sin remitente ni destinatario. Estas palabras nada tuyas, nada mías. Todos los días que se condensaron en algunas tardes, algunas noches, algunas cosas, algunos diálogos.
Nada hay nuestro. Ni tuyo. Ni mío.
Como si fuera una de esas películas pésimas, en las que el protagonista se despierta un día para descubrir que nada fue real. Qué pasó o no: Se lo reservo a los rincones, a las telarañas, a todo lo que nos vio transitar ni tan juntos, ni tan amados, ni tan transitar siquiera.
Lo que es seguro, es que hay días que te extraño.
Hoy es uno.

10 de mayo de 2011

Con un poco de suerte,
este año baraja de nuevo
y me da razones
para dejar de correr.

Voy esperando
tus nuevos ases
bajo la manga.