26 de mayo de 2010

Años,
sesenta meses enteros,
para estar de nuevo,
como siempre,
mirándote,
por primera vez.

13 de mayo de 2010

Las horas rebalsan el colchón.
Nos vamos chorreando en plena noche,
cuando todo está oscuro y no somos más que tacto.

9 de mayo de 2010

Estos días me conformo con ir buceando. Olfateando estúpida estos terrenos, vagamente conocidos.
Los rehabito y son siempre nuevos, distintos, divergentes.
Memorias de tiempos en los que las palabras significaban menos, y decían más, mucho más que esto.
Se van sucediendo, de a poco, sobre la almohada. A veces sola, otras llena de gente. Otras llena de pelos que van cayendo entre las sábanas y el colchón.
Y atrás de ellos voy yo, tirándome, con la mochilita al hombro. Con todo un arsenal de justificaciones por si refresca y es hora de irse y muy rico todo y sanseacabó.
El tacto me redescubre y me dice cosas. Me habla, mi quinto sentido, mirándome desde un rincón del cuarto.
Me habla de esas paredes que vieron tantos ires y venires y mocos y gritos y algunas caricias y otros encuentros.
Pero más de histeria y despedida.
Porque de eso fui haciendo mi bitácora de sensaciones.
Todos los recortes que fui armando, se llenan de arañazos al aire, de bronca y dientes apretados. De insultos al borde de la enunciación.
Para después.
Esto.
Para después tener una colonia cualquiera, de tiempos remotos, del otro lado del colchón.
Tanta circularidad que Escher haría un cuadro. Y mi cara estaría llena de escaleras que llevan a las puertas que cerramos y que abrimos y que cerramos de nuevo y que ahora. Y que ahora, ahora.
Esto.
La ceguera no es mi especialidad, pero pruebo. Despacio conozco estos sabores más secos, sabor a madera, a tiempo calmo, a río meciéndose lento.
Lento, como este vaivén que voy siendo. Que vamos, a veces, aunque las menos.
Soy sola, me digo.
Soy sola como una mujer chiquitita sentada a los pies de la cama, con la mochila puesta, las zapatillas atadas, hasta que sea hora de irse. O hasta que ya no sean necesarias más despedidas.