23 de junio de 2009

Ritual

Ahora basta con que hagas un movimiento simple. Con que en el sueño te acomodes el pelo, o arregles un pedacito de oreja que quedó plegada bajo tu sien.
Basta con que robes un poco más de sábana y gires hacia la pared. Y basta con que yo gire hacia el lado contrario para que emprendamos una guerra somnolienta por el poderío del acolchado.
Si me pudiera quedar la noche despierta me dedicaría a mirarte. A mirar los gestos al aire que lanzas, y los suspiros cansados, paradójicos, en pleno sueño. Pero la noche también me acuna, y me invita a cruzar una pierna por encima de la tuya. Y me promete que si apoyo mi panza contra tu espalda, y puedo sentir cada vertebra chiquita de tu columna, voy a descansar toda la noche.
Respiras desconcertado cuando en plena noche me acerco, y te saco de tu soledad en pleno colchón. Te tomo por debajo de los brazos, me agarro para no caerme del sueño. Como en esos caballos en las calesitas, que suben y bajan, y entonces es mejor cruzar los brazos alrededor del cuello, con excepción metódica, del momento en que un señor de boina extiende su brazo con una sortija. Es ese el momento en que los que fueron mis brazos, pequeños, se sueltan, y abandonan la crin dorada (amarillenta ahora), y se extienden en busca de la promesa de una vuelta más.
Así, decía, me sostengo de tu cintura. Y entonces me dejo vencer por las promesas de la noche. Y me agarro tan fuerte que no tengo más opción que poner a sonar mi respiración al ritmo de la tuya. Vos también te soltás un poco en mi, te apoyas en mi cara y los pelos de tu nuca me hacen cosquillas.
No vas a saber de esto a la mañana. En cambio vamos a despertar con jopos y peinados abombados. Vamos a llegar a la cocina, por un camino de cerámicos fríos, y vamos a preparar un mate que nos va a dar acidez.
A la hora de salir vas a darme la mano. Y a apoyar una boca hecha y derecha, en mis labios flacuchos y cortados. Y mientras me suelte, yendo a abrir el ascensor, voy a extender los brazos, a una mañana que me espera también extendiendo una sortija. El carrusel siempre me regala la próxima vuelta, y entonces sé que en casa me espera el pijama y la noche con vos, otra vez.

16 de junio de 2009

Buey solo bien se lame

-Al fin solos- dijo el buey. Y empezó a lamerse. Se lamía con fruición, con delectación, con beatitud, con ímpetu y con esmero. Se lamía perseverantemente, asiduamente. Se lamió tanto la testuz que se quedó sin guampas, se lamió tanto la cerviz que se quedó sin cuello, se lamió tanto los pies que se quedó sin pezuñas, se lamió tanto el lomo que se quedó sin lomo. Ahora cuando los chicos del barrio lo ven pasar le gritan corriendo a su alrededor:
-¡Lengua larga! ¡Lengua larga"

Isidoro Blaisten

6 de junio de 2009


Nota de tapa
Palestina. la canción de Handala Por: Hugo Montero


Esta es la historia de Handala, un personaje que saltó de la viñeta para convertirse en bandera de lucha del pueblo palestino. De la denuncia valiente a la crítica feroz, del homenaje a los mártires a la incitación a la revuelta, Handala se multiplica hasta hoy por los muros de Gaza y Cisjordania. En tiempos de masacre y resistencia, una mirada a la leyenda de una caricatura que se transformó en guía luminoso y en el peor de los enemigos para el ejército israelí.
1. Handala no nos mira. Es más, nos da la espalda. Y es indudable que en ese gesto mínimo, multiplicado por mil en cada una de las viñetas que lo cuentan como testigo o protagonista, respira una mueca de reproche. Algo en su frágil estampa resulta inquietante. Handala observa la escena como nosotros, en silencio. Sus manos aparecen cruzadas a la espalda, como si esperara algo. No nos ignora, incluso parece esperar algo de nosotros, los lectores. Eso es: Handala espera. Ese pibe de diez años, descalzo, vestido con ropas remendadas y cabellos erizados, espera.
¿Qué espera Handala de nosotros? ¿Por qué su obstinada presencia nos inquieta? ¿Quién es este pibe, un habitante más de un campo de refugiados palestinos, que nos da la espalda y nos interroga con su filoso silencio? ¿Por qué no se vuelve y nos mira y nos habla del exilio, de la traición, del olvido, de las masacres, de la historia del pueblo que merodea su universo en blanco y negro? Quizá porque su mudez es, también, una voz. La silenciosa voz de los oprimidos, la voz de los palestinos que debieron transitar la senda del exilio y que desde entonces siguen penando por una tierra arrebatada, siguen luchando por la desgarrada ilusión de una patria liberada, siguen respirando el sueño de un destino donde su voz, por fin, recupere los ecos perdidos en la montaña y el desierto.
Handala nació un 13 de julio de 1969, encerrado en una viñeta, en la contratapa del diario kuwaití Al-Siyyasa, del lápiz de quien se convertiría, a partir de la impronta de sus caricaturas políticas, en el artista más popular del mundo árabe. Naji al-Ali era su nombre. “Handala nació con diez años, y siempre tendrá diez años. Esa es la edad que yo tenía cuando dejé mi país. Handala solo crecerá cuando retorne a Palestina. Las reglas de la naturaleza no se cumplen con él. Es una excepción, y las cosas sólo serán naturales cuando retorne a su tierra. Este niño es una representación simbólica de mí mismo y de todos los que viven y sufren la misma situación. Se lo ofrecí a los lectores, y lo llamé Handala, como símbolo de la amargura. En un principio lo presenté como un niño palestino, y con el desarrollo de su conciencia adquirió una perspectiva patriótica y humana”, dijo. En el nombre de Handala se vislumbra otro símbolo: al-handal es una hierba común y silvestre en Oriente Medio, reconocida por el sabor amargo de su fruto, pero también porque sus fuertes raíces le permiten volver a brotar una y otra vez en mitad del desierto.
“En el Golfo alumbré este niño, y se lo ofrecí a la gente. Quise dibujarlo inquietante, incluso feo; con el pelo erizado, porque los erizos utilizan su pelo como un arma... Este niño, como pueden ver, no es ni guapo, ni mimado ni está bien alimentado. Va descalzo como muchos niños en los campos de refugiados. En realidad es feo y ninguna mujer querría tener un hijo como él. Sin embargo, quienes llegan a conocer a Handala, como descubrí más tarde, lo adoptan porque es sensible, honesto, charlatán y un buscavidas. Es un icono que se queda mirándome mientras duermo”, explicaba el dibujante...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada nº76 - marzo 2009)

3 de junio de 2009

Confesión


A veces cuando viajo en colectivo, pienso que alguien que quiero se va a morir y lloro.

Me da impresión que me toquen las uñas de los pies, pero prefiero cortármelas con las manos.

Cuando estoy triste miro tele, cuando estoy de buen humor escucho la radio.

Me gusta que las manos me huelan a mandarina.

Cuando digo que un gato es más lindo que mi gato, siento que lo traiciono.
Me hubiera gustado llamarme Clara o Julia.
A veces siento que mi cerebro es un cóctel.
Cuando estoy contenta camino en vez de tomar colectivos.
Cuando estoy triste camino en vez de tomar colectivos.
Siempre pienso en el futuro.
Cuando era chica mi mayor miedo era un día ser ladrona.
De grande mi mayor miedo es ser garca.
Me gusta oler las témperas
Si tengo una plasticola cerca me pegoteo las manos y después hago rollitos de pegamento.
Nunca termino de decidir si me gusta más estar despierta a la noche o durante el día.
Quiero tener un pez y que se llame Arturo.
Me está dejando de gustar lo dulce, y me empieza a gustar lo salado. Y eso me confunde.
Puedo tocarme la punta de la nariz con la lengua.
Mi palabra favorita es picardía.
Tengo miles de palabras favoritas.
Me gustan las papas fritas con kechu.
Tengo el pupo profundo y se me juntan mugrecitas y mal olor.
Quisiera ser más alta y esbelta.
Y si lo fuera lo odiaría.
Me gusta rascarme la cara, y después los brazos, y después los tobillos.
En invierno siempre uso medias de lycra y camiseta.
Tengo bombachas que uso desde los doce años.
Tengo mocos en todas las estaciones del año.
Soy hija única y consentida y eso me da culpa.
Siempre fui y seré una asquerosa nerd. Y me encanta.
Los ruidos de error de la computadora me asustan.
Me gustan las uñas largas o cortas de acuerdo a la temporada.
Cada vez que quiero adelgazar se cruza en mi camino un sanguche de jamón crudo o equivalente.
Estoy convencida de que la meningitis debería ser una gripe.
Siempre escribo mentalmente.
Me da miedo que no me quieran.
Soy extremista, siempre.
Cada vez que salgo de terapia siento que tengo mi vida en el bolsillo.

Lo bueno de vivir tanto tiempo con uno, es que conoce cuáles son las reglas.