14 de marzo de 2007

Miguel Hernández

No pudimos ser. La tierra
no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.
Un pie se acerca a lo claro.
En lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en mí tampoco.
El odio aguarda su instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.
El amor, pálido y solo.
Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.

Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un día triste entre todos,
triste por toda la tierra,
triste desde mí hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.

Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.

Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.

Cuerpos como un mar voraz,
entrechocado, furioso.
Solitariamente atados
por el amor, por el odio,
por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, torvos.

En el corazón arraiga
solitariamente todo.

2 comentarios:

  1. Llueve tiempo. Llueve tiempo. Llueve otra vez.
    Te voy a dar la replica, mira:

    Llueve como si llorara
    raudales un ojo inmenso,
    un ojo gris, desangrado,
    pisoteado en el cielo.

    Llueve sobre tus dos ojos
    que pisan hasta los perros.
    Llueve sobre tus dos ojos
    negros, negros, negros, negros,
    y llueve como si el agua
    verdes quisiera volverlos.

    Estamos a mano Miguel. Te quiero.

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